Así, el PSC se enfrenta siempre al inevitable dilema de tener que satisfacer las demandas de un colectivo a costa de defraudar las del otro. Ante este panorama, ¿a qué colectivo ha decidido tradicionalmente contentar el PSC? La lógica numérica nos haría pensar que este partido optaría por atender las demandas de los españolistas, pues dos de cada tres votos que recibe este partido suelen provenir de este colectivo. No obstante, hasta hoy el PSC ha preferido presentarse con un perfil más cercano a la minoría catalanista y, en consecuencia, desatender las preferencias de la gran mayoría de su electorado.
Esta tradicional falta de representatividad del PSC no es un tópico alimentado por las trincheras mediáticas conservadoras de Madrid. Los escépticos solo tienen que recurrir a las encuestas demoscópicas para comprobarlo. Por ejemplo, según datos del CIS de las anteriores elecciones catalanas, el PSC se alejaba apenas 0,4 puntos del electorado de origen catalán en la tradicional escala nacionalista (0 -mínimo nacionalismo- al 10 -máximo nacionalismo-), pero la distancia era tres veces mayor (de 1,5 puntos) con respecto a su electorado castellanohablante de origen no catalán. Este fenómeno no es nuevo, pero el alejamiento del PSC de sus bases españolistas parece haberse acentuado tras la experiencia de los Gobiernos del tripartito y el proceso de reforma del Estatut.
¿Por qué el PSC ha decidido tradicionalmente desatender las preferencias de la gran mayoría de su electorado? Los expertos generalmente nos ofrecen dos explicaciones. La primera, quizás la más periodística y anecdótica, es buscar sus causas en cómo se gestó este partido a finales de los años setenta. El PSC nació principalmente de la unión de tres partidos: el PSC-Congrés, el PSC-Reagrupament (ambos de tendencia catalanista) y la Federación Catalana del PSOE (de tendencia más españolista). Por distintos motivos, en el proceso de fusión de las tres formaciones políticas, el sector catalanista se impuso al sector proveniente de la antigua Federación Catalana del PSOE. Los ex miembros del PSC-Congrés ocuparon mayor presencia entre delegados y cuadros dirigentes y, con ello, se marcó el perfil catalanista del partido que conocemos hoy día.
Una segunda explicación es que el PSC se ha aprovechado de la existencia de un fallo en la oferta del mercado electoral catalán. Tradicionalmente no ha habido ningún partido de izquierda no nacionalista, lo que permitía al PSC acercarse a posiciones más catalanistas sin perder excesivos votantes españolistas. El resto de formaciones políticas del panorama político catalán (incluyendo a Iniciativa-Verds) resultaban poco atractivas para este electorado, pues se alejaban aún más de sus preferencias. A lo sumo, los votantes españolistas descontentos podían optar por quedarse en casa y no acudir a las urnas.
Estos dos argumentos no parecen ayudar del todo a explicar por qué el PSC es más "catalanista" de lo que la mayoría de su electorado quisiera.
En primer lugar, la explicación de que el catalanismo del PSC es fruto de un capricho histórico no parece pasar de la anécdota. Esta explicación no nos ayuda a entender por qué las élites socialistas del sector españolista -que gozan de la mayoría del apoyo electoral- no han batallado a lo largo de estos 30 años con mayor beligerancia para imponer sus tesis.
En segundo lugar, la explicación sobre la existencia de un fallo de mercado no parece ya sostenible en la coyuntura actual. El escenario político catalán de los últimos años ha cambiado sustancialmente con la aparición de nuevos partidos de izquierda no catalanista como Ciutadans o UPyD. Y, a pesar de ello, la gran mayoría de votantes socialistas españolistas descontentos no parecen haber encontrado refugio en estas nuevas formaciones políticas.
La explicación más convincente sobre el tradicional perfil catalanista del PSC es la existencia de diferentes "elasticidades" entre los votantes socialistas catalanistas y españolistas. Por elasticidad me refiero a la propensión de los ciudadanos a cambiar su voto en función de los planteamientos ideológicos que ofrecen los partidos políticos. Existen poderosos indicios de que los votantes socialistas españolistas presentan una menor elasticidad que los catalanistas. O dicho de otra forma, los españolistas seguirían votando al PSC al margen de si este partido se acerca o aleja de sus posiciones ideológicas. En cambio, los catalanistas son más sensibles a la ideología del PSC: estos fácilmente dejarían de votar a este partido si decidiera alejarse demasiado de su ideario.
Las diferentes elasticidades de estos dos colectivos quedan reflejadas en datos recientes del CIS. Por un lado, los socialistas españolistas declaraban justo antes de las elecciones del 28-N que estaban dispuestos a votar solo al PSC. A pesar de que se sentían más cercanos ideológicamente a Ciutadans o UPyD en la dimensión nacionalista, prácticamente todos ellos coincidían en considerar que nunca votarían a esos partidos. Además, casi la mitad de ellos afirmaban que, con toda seguridad, siempre votarían al PSC. Por otro lado, los socialistas catalanistas se mostraban menos leales a este partido, pues el porcentaje de los que siempre votarían al PSC se reducía a apenas un 20%. Como consecuencia, este colectivo era menos reacio a cambiar su voto a favor de otras formaciones políticas (sea ICV, CiU o ERC). Solo una minoría de los socialistas catalanistas (alrededor de un tercio) asegura que nunca votarían a estos tres partidos.
En definitiva, los datos sugieren que los catalanistas tienen una mayor predisposición a condicionar su voto en función de la oferta ideológica que el PSC ofrece. En cambio, los españolistas son votantes cautivos: haga lo que haga el PSC, muy probablemente le seguirían votando.
La baja elasticidad del electorado españolista es un producto del elevado grado de identificación partidista de este colectivo. En efecto, este colectivo tiene una mayor vinculación emocional con el PSOE (y por extensión con el PSC). Mientras que el sentimiento de pertenencia a este partido representa un valor arraigado a su identidad política, no ocurre lo mismo entre los catalanistas. Estos votarían al PSC por cuestiones más racionales o siguiendo criterios de coste-beneficio (según si el partido ofrece las políticas que desea) y no tanto por cuestiones emocionales o de identidad política.
Aún es pronto para valorar cómo se comportaron los votantes españolistas y catalanistas en las elecciones del 28-N. No obstante, un primer análisis de los resultados electorales parece indicar que en esta ocasión el PSC ha sufrido fugas de todas partes. Entre sus votantes españolistas, algunos decidieron no acudir a las urnas y algunos otros se dejaron seducir por el discurso anti-inmigración del PP (y del xenófobo PxC). Sin embargo, la mayor parte de las fugas probablemente provinieron del sector catalanista, que en esta ocasión habrían optado por votar a CiU. De hecho, una ojeada a los datos a nivel comarcal indica que las pérdidas del PSC están especialmente correlacionadas con las ganancias de CiU, lo que sugiere que la debacle socialista se debe en gran parte a la deslealtad del sector catalanista.
El PSC tiene ahora la difícil tarea de redefinir su perfil ideológico para recuperar parte del electorado perdido. Y los datos apuntan que esta tarea será más ardua en el caso del voto catalanista. Este es y seguirá siendo menos leal al PSC y condicionará más su voto a las propuestas que el partido ponga sobre la mesa.
Es previsible, pues, que los líderes socialistas acaben considerando como estrategia más racional reforzar el perfil catalanista del partido. Y, con ello, el PSC se verá obligado, una vez más, a desatender las preferencias de la mayoría de su electorado.
Lluís Orriols es profesor de Ciencia Política en la Universidad de Girona.
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La filósofa estadounidense Judith Butler lo dice de forma contundente en su último libro (Marcos de guerra. Las vidas lloradas, publicado por Paidós): todas las vidas son igualmente «dignas de ser lloradas». Esto es así en el terreno de lo normativo; en el terreno de lo positivo, sin embargo, no todas lo son por igual. La diferenciación entre lo que constituye una vida digna de ser llorada y lo que no lo es viene generada por marcos de interpretación de la realidad que derivan y son amparados por el poder político –y quienes lo ostentan–. Las injusticias asociadas a esta diferenciación se materializan de formas muy distintas y variadas. Veamos algunos ejemplos.
POR UN LADO, existen las injusticias en términos de política internacional. Los gobiernos de los estados democráticos favorecen más las alianzas políticas con algunos estados que con otros. Por ejemplo, hasta hoy, y desde su creación en 1948, Israel se ha visto ampliamente favorecido por Occidente. A pesar de lo que digan los que acusan a Obama de ser propalestino –y le achacan ser irresponsable por ello–, todavía hoy los principales mandatarios políticos e intelectuales anteponen las necesidades de defensa de este país al derecho de supervivencia (nótese que ni siquiera hablo de autodeterminación) del pueblo palestino. Existen resoluciones de las Naciones Unidas que Israel no acata –por considerarlas no vinculantes– y que, aun así, no conllevan —como potencialmente ocurriría si se tratara de otros estados— invasiones, boicots político-económicos o golpes de Estado. Ocurre que Israel puede decidir desmarcarse de una cumbre antinuclear para salvar el pellejo, en un momento en que la acción colectiva y coordinada de las principales potencias se presenta como crucial para romper con dinámicas de escalada armamentística, y que, prácticamente, no se le castigue por ello.
Por otro lado, existen injusticias en el ámbito de la política interior. El caso de Israel y Palestina nos aporta, en esto también, múltiples ejemplos. Es una injusticia que una familia sea desalojada de su casa en el barrio de Sheik Jarrah, en el este de Jerusalén, por parte de colonos, que se remontan a derechos de propiedad supuestamente otorgados durante el Imperio otomano (digo supuestamente porque recientemente abogados israelís han demostrado que algunos de estos derechos de propiedad son simples falsificaciones). Todo, con el amparo y la ayuda de la policía israelí, en el momento del desalojo y después. Esto es así, a pesar de que la policía está pagada con los impuestos de todos: árabes y judíos de Israel. También podemos hablar de injusticia cuando el Ejército israelí decide no dejar transitar por una calle de la ciudad cisjordana de Hebrón a un chico palestino que, vestido con pantalones, camiseta y chanclas, aseguran que «puede matar». De este modo, mantienen desierto –a base de rejas, metralletas y checkpoints– un barrio de colones israelís, que en su posición de superioridad no dejan, sin embargo, de hostigar a los vecinos árabes de la calle de abajo –estos últimos han tenido que poner rejas y otras protecciones para evitar que piedras, vómitos y meados lleguen a sus casas y negocios; de hecho, desde los acuerdos de Oslo, que establecieron su división, los comercios de esta ciudad han tenido que estar cerrados durante largas temporadas–. Si la supuesta defensa de la vida de estos colonos pasa por encima del derecho de los palestinos a vivir con libertad –a vivir– es porque, en palabras de Butler, las vidas de los primeros son más dignas de ser lloradas que las de los segundos.
Finalmente, y a pesar del oxímoron, existen, asimismo, injusticias que afectan al sistema judicial de algunos países.
En España, el juez Garzón va a sentarse en el banco de los acusados por haber promovido la persecución de las autoridades que violaron derechos humanos bajo el franquismo. Este tipo de medida de justicia transicional, que según datos del CIS (estudio 2760, elaborado en el 2008) recibiría el apoyo del 48,71% de la población española (un 26,72% la rechazaría; un 9,22% no la rechazaría ni aprobaría; un 14,37% no se pronunciaría al respecto), constituye la base de un delito de prevaricación. Esto dicen aquellos que se vieron amenazados por los posibles juicios y que han estado protegidos hasta la fecha a la sombra de una democracia que nació en una transición pactada, que, ahora más que nunca, demuestra tener importantes lagunas.
La transición no consiguió librarse de los vestigios de una dictadura que no solo generó un número de víctimas que supera las de la dictadura de Pinochet en Chile, sino que permitió que las víctimas del conflicto armado que enfrentó a los españoles entre 1936 y 1939 fueran tratadas con diferencia: en efecto, «la causa general» franquista consideró solo los crímenes de los rojos, mientras que ignoró los crímenes del Ejército nacional y las milicias franquistas.
Volviendo a Butler, si lo justo es que todos seamos igualmente dignos de ser llorados, se deriva que convertir en delito el intento de hacer esto posible es claramente injusto.
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(El título de esta semana está equivocado, por cierto, debería ser "Les coses que importem i les que deixem a la duana")
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Estamos, por fin de vuelta. Durante los últimos cinco meses La Moqueta ha estado en parálisi prácticamente total. Nuestros trabajos respectivos han sido la razón principal de esta ausencia: Alex ha estado muy ocupado en el Banco Mundial. Lluís ha estado acabando su tesis doctoral, que ya ha depositado y pronto defenderá en Oxford. Yo he estado encerrada escribiendo la tesis, que deposité a principios de este mes en la Graduate School de Yale.
Estamos bien, felices aunque cansados. Y con muchas ganas de retomar el proyecto de La Moqueta. Para empezar de nuevo, posteo un artículo que escribí hace unos días con la amiga y compañera lingüista (doctoranda en NYU), Violeta Vázquez-Rojas, a la luz de los acontecimientos que tuvieron lugar en México la noche en que este país se clasificaba para el mundial de fútbol -y que, como es obvio, poco tienen que ver con el fútbol.
Deseamos poder recuperar el ritmo que antaño tuvo La Moqueta, y la calidad -tanto de los artículos posteados como de sus lectores.
Un abrazo enorme y gracias por la paciencia!
Lluís, Alejandro y Laia
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Thatcherismo a la Sueca, por Victor Lapuente
2 Ocurrencias Escrito por Laia Balcells el 7.7.09 a las 10:05.

Sobre si el tatcherismo a la sueca es una buena idea algunas tenemos discrepancias, como ya apunté en aquella discusión, para mi el tatcherismo a la sueca tiene poco de tatcherismo, que su "exportación" va a ser más que complicada porqué las condiciones inciales no van a ser las mismas en lugares fuera de la escandinavia socialdemócrata. Y deberiamos ser escépticos, como mínimo, sobre sus posibilidades de éxito.
En todo caso, felicidades Víctor, y que sigamos discutiendo y escribiendo mucho.
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7-J, ¿vuelve la derecha?
La victoria del PP en las elecciones del 7-J no debería interpretarse como el inicio de una nueva mayoría electoral en España, tal y como clamaba Mayor Oreja desde el balcón de Génova en la noche electoral del pasado domingo. El triunfo popular ha sido claro, pero no lo suficientemente contundente como para sacar conclusiones fiables de qué hubiera pasado en unas elecciones generales.
La verdad es que el domingo los españoles no votaron exactamente como si se tratara de un simulacro de las generales, principalmente debido a que la continuidad del Gobierno no estaba en juego. Por ello, los ciudadanos pudieron dejar los cálculos estratégicos a un lado y “votar con el corazón”, tal y como proponía IU durante la campaña electoral. Por otro lado, los insatisfechos con el Gobierno pudieron efectuar un voto de castigo light: era la ocasión idónea para aquellos que querían mandar una señal de protesta sin que con ello se estuviera contribuyendo a un cambio de Gobierno.
Este patrón diferente a la hora de votar genera que, tanto en España como en el resto de la UE, los partidos grandes y, en especial, los que están en el Gobierno suelan cosechar peores resultados en las elecciones europeas. En nuestro país, el partido que ocupa la Moncloa tiende a perder en este tipo de elecciones una media de 3,3 puntos porcentuales con respecto a las generales más cercanas, una cifra muy similar a la del resto de los países de la UE. La única excepción a esta regularidad tuvo lugar en las europeas de 2004, muy probablemente debido a que se produjeron en plena luna de miel del primer mandato de Zapatero. Los resultados del 7-J suponen una vuelta al patrón de voto habitual desfavorable para el Gobierno que se suele dar en este tipo de comicios.
En esta ocasión, el voto de castigo ha sido generalizado en toda Europa. Todos los jefes de Gobierno de los 15 viejos miembros de la UE han visto cómo sus partidos retrocedían con respecto a sus respectivas elecciones nacionales. El declive electoral de los partidos gobernantes europeos ha sido, de media, de algo más de 8 puntos porcentuales. Se trata, en efecto, de unos resultados que responden al tradicional sesgo antigobierno” de las elecciones europeas. Aún así, la severidad del castigo no deja duda de que la crisis económica también ha representado un factor adverso para todos los gobiernos de la UE.
Ante este contexto tan desfavorable para los partidos gobernantes europeos, el PSOE ha sabido salir especialmente airoso de la situación. En esta ocasión el Gobierno socialista ha visto caer su apoyo electoral en 5 puntos porcentuales. Se trata, sin duda, de un descenso superior a la pérdida media de 3,3 puntos de las anteriores contiendas europeas, pero representa un castigo notablemente inferior al de la mayoría de países de su entorno. Es pues, una derrota asumible para el Gobierno si tenemos en cuenta los pobres resultados de sus homólogos europeos y los devastadores efectos de la crisis económica sobre el empleo en nuestro país.
En realidad, parte del descenso del PSOE con respecto a las generales del año pasado se debe a la desmovilización del electorado en Andalucía y Catalunya, y al importante declive en esta última región, donde el voto socialista ha retrocedido en casi 10 puntos porcentuales. Los socialistas catalanes han sido siempre muy hábiles en captar el voto del miedo cuando el PP amenaza con ganar las elecciones. Es por ello que el PSC ha insistido en estas elecciones europeas en reeditar la exitosa campaña anti-PP que tan buenos resultados le ofreció el año pasado. En esta ocasión el PSC ha intentado atemorizar al electorado catalán llenando las calles de carteles con imágenes de Aznar, Berlusconi e, incluso, del ex presidente Bush. Pero se ha demostrado que en Catalunya la amenaza de un Parlamento Europeo conservador no produce el mismo rechazo que la amenaza de un inquilino popular en la Moncloa. Aunque en esta ocasión el PSC no ha obtenido los frutos deseados, sería un error concluir que una campaña anti-PP también fracasaría en unas hipotéticas elecciones generales en las que se decidiera el Gobierno de la nación.
Por su lado, Izquierda Unida mantiene sus dos eurodiputados y el mismo porcentaje de votos que en las generales de 2008. Esta estabilidad no debería, sin embargo, impedirnos ver el fracaso que dichos resultados suponen para la formación de izquierdas. IU ha dejado pasar la extraordinaria oportunidad que a priori le ofrecían estas elecciones. No sólo el sistema electoral de distrito único reduce los incentivos al voto estratégico en muchas zonas de España, sino que la experiencia en otros países europeos nos demuestra que los partidos minoritarios –ideológicamente más extremos y con posiciones más euroescépticas– suelen ser el refugio favorito del descontento y del abundante voto de protesta en este tipo de comicios. Sin embargo, IU ha sido incapaz de articular una estrategia para atraer el potencial voto de castigo derivado de la crisis económica y de la creciente pérdida de confianza hacia las instituciones europeas en nuestro país. A estas alturas, ya apenas sorprende. La historia de IU es la de las oportunidades perdidas: quizás estemos simplemente ante un capítulo más, pero a muchos nos deja un verdadero sabor a epílogo.
El margen de la victoria del PP no permite valorar el 7-J como la consolidación de una nueva mayoría en España, pero sí puede constituir un cambio de ciclo en la batalla interna del PP. Los resultados del domingo blindan definitivamente a Mariano Rajoy como candidato para las próximas elecciones. Pero, ¿evitará esto que siga habiendo ruido dentro del partido?
Lluis Orriols es politólogo e investigador de la Universidad de Oxford
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Pronto nos dimos cuenta que algunos de los temas que tratábamos, los menos personales, les interesaba a más gente (duh!), de modo que comenzamos a hacer crecer plantita en esa dirección. Poco a poco, aprendimos sobre la marcha, y sobre todo, de vosotros. Aprendimos a ser más claros al exponer los "datos", a que nuestra abuela debía poder entender lo que decíamos, a ser amables ante las críticas amargas, y vimos cómo eso mágicamente hace amable al otro. Y la verdad, en esos pequeños momentos estelares, en que una columnista de El País (Soledad Gallego Díaz) o una diputada (Rosa Díez) da a conocer tu mini-investigación en los medios -sin que en tu vida hayas visto a esa persona- nos hemos sentido un poquito orgullosos. Pero más que de esos eventos puntuales, lo que de alguna manera ha justificado seguir desgranando encuestas y datos, ha sido vuestros ánimos, participación y, como no, vuestra paciencia con nuestros sesgos variados.
En los próximos días y semanas volveremos a tener el ritmo de antes, una vez nos libremos de las yedras de la realidad que nos han tenido tan ocupados últimamente. Así que, como dicen en Puerto Rico literalizando del inglés, gracias por seguir "patronizándonos"!
Feliz cumpleaños, Moqueta Verde.
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Este periódico ha obtenido estos datos según las edades de los ministros tras la victoria electoral del partido, sin incluir las remodelaciones de la legislatura. Pero fue el blog de unos investigadores españoles llamado La Moqueta Verde el primero en notar que los comentarios de barra de bar sobre la juventud de los ministros no se correspondían con la realidad. MÓNICA C. BELAZA / ÁLVARO DE COZAR (EL PAIS)

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Después de la divertidísima experiencia del blog electoral Puedo prometer y prometo... , la edición on-line del periodico ADN nos reta a continuar colaborando con ellos en un espacio de análisis político que se llamará Sí, ministro. En principio empezaremos a colaborar otra vez con ADN a partir de la semana que viene. Esperamos contar de nuevo con vuestra participación.
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En un blog titulado La Moqueta Verde, cuatro jóvenes graduados del Instituto Juan March, que ahora amplían estudios en el Banco Mundial (Alex Guerrero) y en las universidades de Essex (Álvaro Martínez), Yale (Laia Balcells) y Oxford (Lluís Orriols), se han dedicado, entre otras cosas, a analizar la edad media de los sucesivos Gobiernos españoles desde la época de Adolfo Suárez. El resultado es inesperado: el Gobierno que acaba de nombrar José Luis Rodríguez Zapatero es el más viejo de todos cuantos se han formado en este periodo democrático, con una media de 52,38 años. Los más jóvenes fueron los dos primeros de Felipe González (42,41 y 43,94 años de media) y el primero de José María Aznar (45,9 años).
Y no os olvidéis de leer el resto del artículo de Soledad: ¿Ganó ZP por las mujeres?
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La Moqueta Verde en la Linterna (Cadena COPE)
1 Ocurrencias Escrito por Lluis el 13.3.08 a las 10:56.

(...)
Rosa Díez: "Yo primero voy a negarle la mayor, con todo respeto, es decir que le voy a negar la mayor, en fin... no, no...no quiero discutirle ese estudio pero yo tengo otro. Quiero decir que en estos días se han publicado varios sobre la procedencia de nuestros votos fundamentalmente en Madrid. He visto hoy el de unos politólogos de La Moqueta Verde que tienen un blog en el que explica el trasvase de votos precisamente de una manera distinta a lo que usted acaba de explicar. Llega a la conclusión contraria, ¿no?..."
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¿Después de Gallardón? El Gallardonismo
6 Ocurrencias Escrito por Alex Guerrero el 3.3.08 a las 18:01.

Muy recomendable (leer).
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